En el día a día del trabajo, muchos profesionales lidiamos con una voz interior como con dudas, preocupaciones, miedos e incluso ira. Se convierten en compañeras silenciosas en nuestra vida profesional. Siempre he sido consciente del impacto negativo en nuestro desempeño y bienestar, pero pensando que es una lucha individual, algo que tal vez se abordaría en terapia. Sin embargo, la creciente atención de las empresas hacia la salud mental de sus equipos me ha hecho ver que es una necesidad para tomar mejores decisiones y rendir al máximo en nuestro trabajo.
Recientemente, leí el libro «Mindfulness» de la colección Inteligencia Emocional de Harvard Business Review y uno de sus capítulos destacaba cómo la habilidad para gestionar nuestros propios pensamientos y emociones es fundamental para el buen funcionamiento de una empresa. No había considerado este tema como algo tan estratégico e intrínsecamente ligado al éxito de los negocios.
En este artículo compartiré qué nos sucede a los profesionales con esta voz interior, cómo afecta esto al negocio y algunas soluciones prácticas que he rescatado del libro «Mindfulness».
La realidad de la voz interior
No existe alguna persona en el mundo que no tenga pensamientos intrusivos. Quizás se manifiesten con mayor intensidad en ciertos aspectos de la vida que en otros, pero todos, inevitablemente, nos enfrentamos a situaciones que nos generan miedo, frustración o cualquier otra emoción incómoda.
A través de conversaciones con líderes empresariales que hicieron los autores del libro, vieron que el verdadero problema radica en cómo nos relacionamos con estos pensamientos. Tendemos a quedarnos anclados a ellos, otorgándoles el estatus de verdades innegables y/o intentando evitarlos. Es natural que anhelemos sentirnos bien y, por lo tanto, busquemos instintivamente evitar estas frases negativas, ignorándolas o tratando de darles un giro positivo. Sin embargo, como señalan numerosos psicólogos, esta estrategia de minimizar o ignorar puede amplificar su poder y persistencia. Entiendo que la reacción más común sea querer apartar estos pensamientos, ya que trabajar este tema a nivel personal puede resultar desafiante. No obstante, ignorarlos solo los fortalece.
Cuanto más intentamos suprimir un pensamiento o una emoción, más persistente se vuelve en nuestra mente. Un ejemplo clásico es el experimento: «No pienses en un oso blanco». ¿En qué piensas inevitablemente? En un oso blanco. Con las emociones ocurre algo similar. Al intentar activamente no sentir tristeza, rabia o ansiedad, centramos nuestra atención precisamente en esa emoción, anclando aún más en nuestra conciencia.
¿Por qué esto afecta a los negocios?
Cuando los profesionales se encuentran constantemente lidiando con los pensamientos y emociones, su enfoque y energía mental inevitablemente se desvían de sus responsabilidades laborales. La rumiación consume recursos cognitivos que podrían destinarse a la resolución de problemas, la innovación y la ejecución eficiente de las tareas diarias.
Las emociones intensas, ya sean el miedo a equivocarse, la frustración ante un obstáculo, o la ansiedad sobre el futuro, tienen el poder de nublar el juicio y conducir a decisiones impulsivas o, por el contrario, excesivamente conservadoras. Un líder atrapado en la preocupación de «no estar a la altura» podría evitar tomar decisiones difíciles y necesarias, o mostrarse reacio a delegar tareas cruciales, impactando negativamente la agilidad y la dirección estratégica de su equipo. Además, las emociones no gestionadas adecuadamente pueden erosionar las relaciones interpersonales en el entorno laboral, generando conflictos y minando la colaboración.
La lucha por suprimir emociones negativas y la significativa cantidad de energía mental desperdiciada en la rumiación, son factores que contribuyen también al estrés laboral y al burnout. Empleados físicos y mentalmente exhaustos son menos productivos, más propensos a incurrir en errores y presentan una mayor probabilidad de abandonar la empresa, generando costos de rotación y una pérdida de talento.
Estos son solo algunos ejemplos que ilustran cómo lo que a menudo se percibe como un problema individual tiene consecuencias profundas y tangibles para el rendimiento, la cultura organizacional y la sostenibilidad a largo plazo de cualquier negocio.
Profesionales con Agilidad Emocional
No podemos ser inmunes a la aparición de pensamientos intrusivos, pero podemos reconocer estas experiencias internas sin quedar atrapados por ellas. En lugar de reaccionar impulsivamente o evitarlas, muchos profesionales movilizan sus recursos internos para tomar decisiones y actuar de manera alineada con sus valores fundamentales. Esta habilidad, se llama agilidad emocional, está ligada a la práctica del mindfulness y al vivir el presente.
La agilidad emocional se define como la capacidad de experimentar nuestros pensamientos y emociones, incluso aquellos que son difíciles o incómodos, con una actitud de curiosidad y aceptación. A partir de esta conciencia, podemos elegir nuestras acciones, basándonos en lo que realmente valoramos. No se trata de erradicar las emociones negativas, sino de evitar que nos paralicen o nos impulsen a actuar en contra de nuestros propios intereses.
El libro «Mindfulness» de Harvard Business Review nos presenta cuatro prácticas fundamentales, inspiradas en la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), para cultivar esta agilidad.
- Reconocer la Trampa Mental: El primer paso crucial en el desarrollo de la agilidad emocional es tomar conciencia de cuándo estamos cayendo en una «trampa mental». Esto implica identificar esos patrones de pensamientos repetitivos y negativos que nos generan malestar y nos impiden avanzar. Puede manifestarse como una rumiación constante sobre un error pasado, una preocupación anticipada por un evento futuro, o una autocrítica que mina nuestra confianza. Reconocer estas dinámicas internas – ante una presentación, estrés por la carga de trabajo, miedo al fracaso – es el punto de partida para desengancharnos de su influencia paralizante.
- Etiquetar con claridad: Una vez que somos conscientes de la trampa mental, el siguiente paso es observar la situación con mayor objetividad. Una técnica para lograr esto es la etiquetación. Tal como asignamos un nombre a un objeto («pala»), podemos nombrar los eventos que ocurren en nuestra mente: «pensamiento», «preocupación», «juicio», «emoción». El libro ilustra esto con un ejemplo sencillo: en lugar de sentirnos automáticamente irritados por la percepción de que un compañero está equivocado, podemos etiquetar nuestra experiencia interna como «estoy teniendo el pensamiento de que mi compañero está equivocado y estoy sintiendo irritación». Este ejercicio de atención plena nos permite crear una distancia psicológica entre nosotros y la experiencia, reduciendo su intensidad. Como señala Ethan Kross en su libro «Chatter», adoptar una perspectiva de «espectador» sobre nuestros propios pensamientos y emociones puede ser una estrategia complementaria muy útil para analizar la situación con mayor objetividad y discernir si nuestras interpretaciones son precisas.
- Permitir la presencia: En lugar de luchar contra las emociones difíciles, las aceptamos. Esto no significa resignación, sino más bien permitir que la emoción esté presente sin juzgarla ni intentar cambiarla de inmediato. La práctica de la respiración consciente puede ser una herramienta poderosa en este punto. Tomarnos diez respiraciones profundas puede no disipar la emoción por completo, pero sí nos proporciona un espacio para observar sin reaccionar impulsivamente. Este «parar» intencional, aunque pueda sentirse contraintuitivo ante el impulso de actuar según lo que sentimos, nos brinda la claridad necesaria para elegir una respuesta más reflexiva y alineada con nuestros valores.
- Guiados por Nuestros Valores: Finalmente, la agilidad emocional culmina en la capacidad de actuar con intención, incluso cuando los pensamientos y emociones difíciles siguen en nuestro interior. Una vez que hemos reconocido y permitido la presencia de nuestras emociones, ¿cómo canalizamos esa energía? Si bien la emoción en sí misma puede persistir, la agilidad emocional nos empodera para elegir nuestras acciones, guiadas por nuestros valores. Los líderes con agilidad emocional, tiene conciencia de sus experiencias internas, pero se dejan dominar por miedos o frustraciones. En lugar de reaccionar impulsivamente, reflexionan con una pregunta: «¿Esta acción que estoy a punto de hacer, se acerca a lo que realmente valoro en mi vida profesional y personal?». Para responder con claridad, es importante tener claro cuáles son nuestros valores. El libro nos sugiere la creación de una lista personal de valores, pero también ofrece una como punto de partida. Aquí la lista:
La próxima vez que te encuentres por tomar una decisión desafiante, donde las emociones amenazan con nublar tu juicio, hazte la pregunta: ¿la acción que estoy considerando está en armonía con mis valores? Esta alineación se convierte en la brújula que te orientará hacia la autenticidad, un mejor desempeño y una vida laboral más coherente con tu esencia.
La agilidad emocional es una habilidad importante actualmente. Al dejar de lado la lucha contra nuestros pensamientos y emociones, y tener la capacidad de a reconocerlos, etiquetarlos, aceptarlos y actuar guiados por nuestros valores, impacta en la productividad, la colaboración y el bienestar general dentro de las organizaciones.
Tengo un video explicando este artículo. Míralo aquí:
Prueba adoptando las prácticas de la agilidad emocional, y me cuentas qué tal te va. Seré feliz de leerte.


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